Ana se aferraba a la última esperanza. La devastadora explosión había arrasado con la ciudad, dejando un rastro de destrucción y muerte. Entre los escombros y el humo, buscaba desesperadamente a su hijo, Lucas, con la voz ronca por el llanto y la impotencia.
Días se convirtieron en semanas, y semanas en meses. Ana recorría las calles desoladas, llamando su nombre, revisando cada refugio, cada rostro entre los sobrevivientes. La esperanza se tambaleaba, pero la fuerza que le daba el amor por su hijo la impulsaba a seguir.
En su búsqueda incansable, Ana se encontró con otros que también habían perdido a sus seres queridos. Compartían el dolor, la incertidumbre y la tenacidad en la búsqueda. Juntos, exploraban las ruinas, buscando señales de vida, aferrándose a la posibilidad de un reencuentro.